Historia
By:
  • Tomás Yelmini

"Cuidar el planeta es también proteger nuestras tierras y nuestras comunidades".

Foto: OIM Ecuador, Astrid Paz

No recuerda la fecha exacta, pero Miriam Cayo dice que tendría 7 u 8 años cuando se fue con su familia de la provincia de Cotopaxi, en la región central de Ecuador, en busca de nuevos horizontes; la falta de agua había dejado a su pueblo sin trabajo ni esperanzas, y el éxodo hacia tierras más fértiles parecía ser la única opción para sobrevivir. 

“Mis padres se dedicaban a la agricultura y la situación hizo que fuera imposible seguir allí”, relata ella, ya adulta, pero todavía con la nostalgia de haber dejado atrás con ese movimiento una parte de su infancia. “En realidad, migramos todos en el pueblo. Los únicos que quedaron fueron mis abuelitos y dos o tres vecinos más”, comenta. Ellos son, de alguna manera, los guardianes del fuerte, de aquel lugar que alguna vez fue el cobijo de toda su comunidad. 

Abandonar el hogar para empezar de nuevo nunca es fácil, pero para la familia Cayo llegar a Machachi –la cabecera cantonal de Mejía, en la provincia de Pichincha– fue casi como volver a respirar. De inmediato descubrieron que la tierra era productiva, que el clima daba treguas y que el aire, en definitiva, estaba cargado de posibilidades: vivir en una localidad de algo más de 24.000 habitantes y a solo 50 kilómetros al sur de la capital, Quito, no solo les prometía un mercado más amplio, sino también el potencial de acceder a oportunidades que antes apenas podían imaginar. 

Instalada allí, Miriam siguió con la tradición familiar y hoy se dedica sobre todo al cultivo de zanahorias, aunque también de papas, choclos y habas. Pero nada es perfecto. Si bien las condiciones son mejores que en otros lugares, el trabajo del campo sigue siendo incierto y vulnerable y, como la naturaleza misma, presenta momentos de riesgo y de pérdidas. 

Foto: OIM Ecuador, Astrid Paz

Los retos de adaptarse a un clima cada día más implacable 

“Hace seis meses sembramos una hectárea de papas, pero cayó una helada que dañó toda la producción”, ejemplifica ella. Y resilientes como son, con su familia supieron adaptarse a esos desafíos. Exploraron otras alternativas, como el transporte de mercancías en camiones para sortear las épocas de malos rendimientos y seguir de pie. 

En ese sentido, Machachi no está exento a los efectos del calentamiento global: según el estudio de próxima publicación “Migración, Ambiente y Cambio Climático en los Andes ecuatorianos” de la OIM, el 82% de las personas que viven en esta zona, caracterizada por la presencia de elevaciones montañosas, volcanes y nevados, perciben un aumento de las temperaturas y más olas de calor en comparación con tiempos anteriores. Y entre otros impactos que identifican también se encuentran las sequías (53% de los encuestados), las olas de frío (37%) y las lluvias intensas (33%). 

“Nos afecta de muchas maneras. A veces son las heladas, a veces las lluvias… Es difícil predecirlo”, reflexiona Miriam. Por eso, para ella y su entorno la vida sigue siendo una constante adaptación, un intento por sobrevivir en un mundo que se transforma rápidamente. Y no siempre para bien. 

Esto no es menor. Para Miriam, la tierra es mucho más que su fuente de trabajo; es su raíz y su identidad, el hilo que une su pasado con el presente y que le da fuerzas para enfrentar el futuro. La Pachamama, la Madre Tierra, es quien le brinda sustento a ella y a los suyos, y por eso sienten la obligación de honrarla en cada cosa que hacen. “Nosotros también debemos devolverle todo lo que nos da. Cuidar el planeta es también proteger nuestras tierras y nuestras comunidades”, explica con profundo respeto. 

Foto: OIM Ecuador, Astrid Paz

Ecos que siempre van a estar 

Aunque Miriam haya encontrado en Machachi un lugar donde sentirse a gusto, al escucharla queda la sensación de que volver a sus pagos es un anhelo que, aunque no lo grite a viva voz, siempre estará de una u otra forma rondando en su cabeza. 

“Hubo una época en que el gobierno de Cotopaxi perforó las montañas para extraer agua, y en algunas zonas pudieron instalar mangueras para riego. Mi abuelito entró en esos terrenos y comenzó a sembrar poco a poco”, cuenta Miriam, feliz; para ella, saber que la tierra de su infancia vuelve a producir alimentos es un recordatorio de que algún día, tal vez, las cosas puedan volver a ser como fueron. 

Mientras tanto, pase lo que pase, Miriam sabe que cada siembra en Machachi es un reflejo de sus raíces en Cotopaxi. La migración le ha enseñado a valorar lo que tiene, a identificar riesgos climáticos y a adaptarse a los cambios. Y así, con su tierra natal en el mejor lugar del corazón, su historia sigue tejiéndose entre el suelo que habita y el legado que cultiva. 

Foto: OIM Ecuador, Astrid Paz
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